Escribe ella.
Ayer me quedé pensando en el azul, en tu azul (porque ya es tuyo, o mío por ser tuyo, no sé bien cómo funciona eso de la posesión de los colores pero es así). Cómo un color que está en todas partes, que es probablemente el más común del mundo, de repente empieza a tener relieve. Luego textura. Luego sonido. Y hasta sabor, que es lo más desconcertante porque no debería tener sabor un color pero lo tiene y no sé cómo explicarlo sin que pienses que estoy exagerando o inventando, pero es literal.
El azul se volvió algo vivo. Muta, respira, se expande y se contrae como si entrara y saliera de la retina (y esto no es metáfora poética, lo siento físicamente, es una sensación real que puedo localizar). Nunca me llamaron la atención los ojos azules antes de conocerte, de verdad que no, no era algo que registrara como relevante. Pero cuando alguien —tú— ocupa tanto espacio en tu vida de esta forma tan intensa y constante, ese color deja de ser solo un color. Deja de ser información visual neutra.
Se vuelve un punto de anclaje (no encuentro mejor palabra aunque no me gusta esa expresión, pero no sé cómo más llamarlo). Después de tantas horas hablando, mirándonos, compartiendo todo ese tiempo juntos, la imagen se queda fija, como incrustada. No es algo que yo decida recordar, simplemente está ahí. Cierras los ojos y sigue presente: ese azul que lo invade todo, que ocupa un espacio que no debería ocupar porque es solo un recuerdo visual pero tiene densidad, tiene peso real.
Y ahora lo veo en todas partes y no sé qué hacer con eso. En el cielo cuando está despejado. En las cortinas de casa. En una falda que vi en el metro el otro día y me quedé mirando fijamente hasta que me di cuenta de que la mujer se había dado cuenta y… (no fue mi intención incomodarla pero no pude evitarlo). En la carta del menú del restaurante del vasco donde fuimos. En cada objeto que antes no registraba como significativo y que ahora tiene esa cualidad específica de «azul-tuyo» que no sé cómo neutralizar ni si quiero hacerlo.
Y entiendo (porque siempre entiendo las cosas, el problema nunca ha sido la comprensión sino la gestión de lo que comprendo) que el azul, desde ese momento, ya no vuelve a ser solo azul. Es tuyo. Y por tanto mío también, aunque no sé si tengo derecho a quedarme con algo que técnicamente es solo un color que comparten millones de personas pero que para mí ya no puede ser neutro nunca más.
Supongo que así funcionan las cosas cuando alguien se instala de esta manera en tu percepción del mundo. No sé si esto tiene solución o si simplemente es algo con lo que tendré que convivir. Probablemente lo segundo.

