Ediciones desde el borde

Artesanía editorial

Caminando


Anoche necesitaba caminar. Lo intenté en el salón pero una tabla del parquet crujía y cada vez que la pisaba sin querer me sacaba del pensamiento. Tenía que volver a empezar desde el principio. Como cuando estás tocando y te equivocas en un acorde y no puedes seguir hasta que lo repites bien.

Cansado, bajé.

Madrid seguía igual de caluroso que el día anterior pero con la humedad pegándose a la piel. Esa humedad que hace que el aire pese. Caminé sin rumbo, dejando que los pies decidieran. Pensé que estaría bien que la vida trajera advertencias. Como los discos cuando ponen «Parental Advisory» en la portada. Un aviso: «Cuidado, esto que viene va a joder.» Y tú decides si le das al play o pasas de largo. Todo sería más fácil, más predecible. Podrías elegir si te interesa vivir esa parte o saltártela.

Seguí caminando. Las calles estaban casi vacías. Solo algún coche a lo lejos y el zumbido de las farolas. Ese zumbido eléctrico constante que nadie parece oír pero que a mí me taladra.

Entre dos edificios pasó una ráfaga de viento. Un siseo ascendente que cortó el aire quieto.

Y ahí estabas tú.

No físicamente, pero sí. Ese siseo me recordó exactamente a tu acento cuando algo te emociona de verdad y rompes ese tono monótono que usas normalmente, ese verde apagado que mantienes para todo, y se vuelve naranja. Naranja brillante, cálido. Que es justo la alerta de lo que viene después: el rojo. El momento en que tu voz se convierte en un ecualizador gráfico descontrolado, todas las frecuencias saturando a la vez, los graves subiendo, los agudos distorsionando, y yo ahí intentando seguir el ritmo sabiendo que ya no hay forma de pararlo.

Me quedé parado en mitad de la calle dejando que el viento pasara.

Lo demás ya lo sabes.